miércoles, 1 de septiembre de 2010

"La reina de belleza de Leenane", de Martin McDonagh



por Alberto Servat


Aunque dos de sus obras más conocidas han sido montadas en nuestro medio, la dramaturgia de Martin McDonagh (Camberwell, 1970) sigue despertando sorpresas entre nosotros. Así, tras los buenos montajes de "El hombre almohada" y "El teniente de Inishmore", llega el turno de "La reina de belleza de Leenane". Se trata de su opera prima, la que lo dio a conocer en el mundo desde 1996 y que dos años después obtuvo algunos de los más codiciados premios Tony en Broadway. Ahora la podemos ver en Lima en el teatro Británico, bajo la dirección de Ricardo Morán.


La estructura de la obra, considerando que se trata de la primera (e inicio de la Trilogía de Leenane) prefigura el estilo de su autor. Estamos frente a un cuadro rural en Irlanda, en el interior de la casa de Mag Folan. De inmediato se trazan las líneas del conflicto. Mag y su hija Maureen llevan una vida alejada de sus parientes y vecinos. Ambas solo tienen una cosa en mente, hacerse infelices mutuamente. Y lo logran, incluso destruyendo la salud mental de una de ellas. Como es de esperarse en un trabajo de McDonagh, el primer acto sirve para delineara a los personajes y plantear el conflicto a primera vista. En el segundo, se encargará de dar un giro al asunto, convirtiéndolo en algo completamente distinto y, claro, también cruel en extremo.


Por supuesto, el virtuosismo dramático de McDonagh sirve también para ilustrarnos sobre la idiosincracia irlandesa, explorar en sus costumbres y hábitos e incluso en sus complejos regionales. Mag y Maureen son parte de una sociedad olvidada, centrada en sí misma, incapaz de evolucionar. Aprisionada por viejos sentimientos convertidos en cadenas. Una sociedad que se comporta como si estuviera detenida en el tiempo, contaminando su propia sangre y razonamiento.


Para sacar adelante este drama, Ricardo Morán se introduce con cuidado en un universo tan particular pero tomando algunos riesgos. Elige un escenario muy acabado, aparentemente realista y con mucha atención en los detalles. Nada queda al azar sobre las tablas del teatro Británico, porque cada elemento juega un papel importante llegado el momento. Y en ese punto el montaje es muy correcto.


Sin embargo, asumir el reto de elegir una pronunciación irlandesa me parece bastante peligroso. Se trata de una exigencia valiosa por las dificultades que implica. Nadie se pone una trampa a sí mismo, menos en el teatro donde todo queda a la vista. Pero me temo que pese al esfuerzo de todos, el resultado no es el mejor en el balance. No porque los actores no se esfuercen, ni porque el resultado no esté a la altura. El problema radica en que siempre resulta impostado. Percibimos en cada actor un acento diferente y la atención que debemos prestarle como espectadores termina por distraernos del fondo de la obra. Es interesante como experiencia pero no satisfactorio en la ejecución.


Ello nos lleva directamente al trabajo del elenco. Son cuatro los actores que ocupan el desolado paisaje de "La reina de belleza de Leenane": Norma Martínez, Graciela Paola "Grapa", Leonardo Torres Vilar y Manuel Gold. En términos de conjunto hay un trabajo bastante integrado a primera vista, aunque por las exigencias de la obra son las mujeres quienes se encargan de los tonos más intensos y el desencadenamiento de la tragedia. Y allí estamos frente a un duelo muy bien concebido.


Norma Martínez incorpora a su repertorio otro personaje de fuerza, atormentado y de una fuerza gravitacional para la obra misma. Su cólera, miedo y absoluta ausencia de autocompasión son sentidas. Aunque creo que por momentos su intensidad rebasa las necesidades de la pieza, como si se tratara de una constante ebullición. Entiendo que su personaje es así, pero también creo que en términos dramáticos un personaje necesita ciertos momentos de neutralidad sobre el escenario en beneficio justamente de la obra. El director debió exigirle cierta calma antes de la tormenta.


Grapa va por otro camino. Después de todo, interpreta el papel más estilizado de la obra. Es un "personaje" en todo el sentido de la palabra: despojado de su humanidad, casi monstruosa, justamente para revelarse como la más vulnerable de las personas al finalizar la obra. Frente a ellas, Leonardo Torres Vilar y Manuel Gold componen el ancla a tierra que la obra necesita. Torres Vilar posee buena técnica. Y la prueba la ofrece en el monólogo de la carta en la segunda parte del drama. Sube y baja del escenario con dominio escénico, casi olvidando a la audiencia que tiene al frente. Y digo casi porque los gestos faciales, a veces excesivos, nos recuerdan que está actuando. Bastante más logrado sería su actuación sin ellos.


En cuanto a Manuel Gold, es divertido y tiene la responsabilidad de dar aire a la pieza. Pero como muchos actores sucumbe a ese peligroso diálogo que puede establecerse con el público. Mientras más divertido resulta, y ello se desprende de las risas de la platea, más intención y énfasis pone en las réplicas. Lo que convierte su actuación en una conversación con los espectadores, dejando de lado su lugar en el drama. Esto puede variar entre una representación y otra, es cierto, pero el actor (cualquier actor) debe tener cuidado con ello.
"La reina de belleza de Leenane" es parte de ese nuevo teatro peruano que cada día despierta mayor interés en un público ávido de sensaciones diferentes, propuestas jóvenes y honestas, y sobre todo dedicación.