Por Alberto Servat
La aproximación a un clásico siempre implica riesgos. Sobre todo cuando se trata de uno tan próximo como "Madre Coraje y sus hijos", de Bertolt Brecht (1898-1956), del que todos los estudiosos del teatro contemporáneo tienen algo que decir. Por eso es importante que el director que asume la tarea de llevarlo nuevamente al escenario lo aborde a pesar de Brecht. Y digo "a pesar" justamente por las expectativas, ideas preconcebidas y prejuicios que acarrea tal trabajo. Felizmente los tiempos han cambiado, y si bien algunas voces califican al presente como excesivamente hedonista o superficial, también es propicio a cambios, nuevas apuestas y, lo mejor de todo, a la renovación. Alberto Isola lo confirma con su personal visión de "Madre Coraje y sus hijos", actualmente en el Teatro Británico de Miraflores.
"Madre Coraje" no es una obra sencilla. E insisto en que el significado político que cobró durante la segunda mitad del siglo XX pudo ser oportuno en su momento, pero dañó su percepción como teatro. Y esa era la principal inquietud del propio Bertolt Brecht: crear teatro. Un teatro que dijera algo, es cierto. Que expresara ideas, temores, sentimientos. Eso sin duda. Pero nunca de manera proselitista, sino como un espectáculo con consciencia.
Isola hace bien en prescindir de esa carga política en su montaje. Y se aproxima como hombre de teatro, tomando riesgos con el montaje, y devolviéndole la esencia teatral. Opta por un drama dividido claramente en dos actos, segmentados en escenas, y lo que es mejor, despojándolo de la solemnidad, para introducir los momentos musicales como si se tratara de un cabaret. Es decir que ni en los momentos más duros de la tragedia de Anna y sus hijos, el espectador olvidará que está en un teatro. Uno de los personajes se encargará de recordarnos que esto es un espectáculo y detendrá la acción para ofrecernos una canción (en realidad, una reflexión musical). Eso es Brecht.
Madre oportunista
"Madre Coraje" en el montaje que comento está ambientado en una época incierta, aunque por los instrumentos y el vestuario se trata del siglo XX. Pero el drama original está arrancado de una antigua narración ("Historia de la vida de la estafadora y aventurera Coraje", de Grimmelhausen) que se desarrollaba entre 1624 y 1636, durante la llamada Guerra de los Treinta Años. Un cruel enfrentamiento entre católicos y protestantes que ensangrentó Suecia, Polonia y Alemania. Allí es donde aparece Anna Fierling, una vendedora de baratijas conocida como Madre Coraje, por el valor que parece tener en el campo de batalla. Oportunista, cínica, segura de sí misma, Anna va de un territorio a otro cambiando de bandera. Su meta es sobrevivir, lucrar con la guerra y proteger a sus tres hijos.
El personaje de Anna Fierling es apasionante por donde se mire. Hay quienes ven en ella a una representación del mundo burgués, capaz de adaptarse a las mayores calamidades, sobreviviendo incluso en las cloacas y sin perder la ambición por un minuto. Otros la miran con menos simpatía todavía y la consideran una vulgar encarnación del oportunismo más crudo, producto de la ignorancia. Para afirmar una visión tan lúgubre nos remiten al final de la obra: Madre Coraje empuja sola su carreta, lo ha perdido todo pero no ha aprendido nada, señalan. Creo que Anna es más compleja que todo ello porque finalmente es humana. Y en el montaje de Isola siento que se le ha devuelto justamente esa humanidad. Es una mujer valiente cuya principal misión es preservar la vida de sus hijos ya sea mintiendo o robando, o incluso humillando a sus hijos públicamente.
Escrita entre 1938 y 1939, y estrenada en 1941, "Madre Coraje" llegó a los escenarios en tiempos tremendamente convulsionados. Su fuerte arenga antitética y antitotalitaria fue el grito de batalla que la convirtió más adelante en símbolo político. Pero desde su inicio, Brecht la presentó también como un espectáculo producto de sus gustos, convicciones y experiencias artísticas. Las canciones, con música de Dessau, forman parte de esa manera tan especial que tuvo Brecht de expresarse siempre. En la puesta en escena del Teatro Británico la selección musical se amplía a otras composiciones de su autor. Como es el caso de "La canción de Salomón", escrita para "La ópera de los tres centavos", con música del maestro Kurt Weill. Es durante la interpretación de tan magnífica canción que Alberto Isola se permite una nueva licencia, bastante más notoria que otras, para rendir tributo al propio Bertolt Brecht.
Pero a pesar del tributo, Isola se aleja también del autor de "Madre Coraje" al imponer una emoción distinta a la que recomendaba el propio autor. Bertolt Brecht distanciaba a sus actores de los sentimientos de sus personajes. Prefería una actitud fría y casi inexpresiva, justamente para evitar esa identificación y comunicar a su audiencia que estaba frente a una puesta en escena y no a la realidad. Que el drama no era una visión naturalista del mundo, sino una idea que tenía que llegar como tal y causar efecto no en el actor sino en el espectador. Isola asume con valentía un tono diferente y pese al acento teatral de la obra, a sus saltos en el tiempo y en el espacio, y a sus momentos musicales, nos entrega un cuadro vivo. Conmovedor, muy conmovedor.
En escena
A este efecto contribuye gran parte del reparto, encabezado por Teresa Ralli. Y debo decir que me gusta su actuación. Aunque proviene de una escuela de interpretación diferente, Ralli sabe encajar en el universo de Brecht porque no se detiene a contemplar actuaciones previas de su personaje, sino que lo hace suyo casi por entero. Le confiere una energía diferente y aporta aspectos de su propia personalidad. Su dicción es clara aunque por momentos un tanto recitativa. Ignoro si esto sucede en todas sus representaciones, pero es un detalle que percibí y no quiero pasarlo por alto. Lo que no me distrae de la columna vertebral de su trabajo: su “Madre Coraje” es importante, no puede pasar desapercibida. Es vida pura sobre la escena con un estilo personal, incluso sensual, que la aleja de la visión excesivamente trágica que algunas grandes señoras del escenario imprimieron en el pasado.
Junto a Teresa Ralli el resto del reparto se comporta, en gran medida, de acuerdo a las expectativas. Sobre todo los tres actores que interpretan a sus hijos. Alejandra Guerra como Kattrin, hija muda de la protagonista, tiene un personaje único entre manos. Incluso hay quienes consideran que es la verdadera heroína del drama y no les falta razón. Kattrin pese a sus limitaciones físicas es la idealista del grupo y la única que se sacrifica voluntariamente en medio de tanta barbarie. Guerra suple las palabras, primero con sus vibrantes ojos, luego con todo el cuerpo, como si se tratara de una estrella del cine mudo o la danza.
Jonathan Day podría acentuar más convicción como Eilif. Pero a falta de experiencia sabe imponer presencia y sobre todo entusiasmo. No lo veo integrado del todo al conjunto, pero dada las características de su personaje, tal vez ello contribuya a un resultado final bastante logrado. En cuanto a Daniel Neuman es correcto y discreto. Bien dirigido, no incurre en los excesos que un personaje como Quesosuizo puede propiciar.
Por su parte, Bruno Odar es el Carnicero. Un papel bien ejecutado, con el tono preciso para dar la réplica a la Madre Coraje sin tratar de robarle un solo instante de atención. Cosa que sucede de vez en cuando, sobre todo si el actor convocado intenta ser excesivamente cínico o divertido. Finalmente, Lisette Gutiérrez es Yvette Pottier, la prostituta. Es curioso pero en el primer acto su actuación está muy integrada al tono general de la obra. Sin embargo, en la segunda parte, cuando la descubrimos transformada por el tiempo, se ha convertido en una caricatura. Debo pensar que se trata de una decisión del director. Lo que me sorprende, debido a lo innecesario que resulta dentro de un cuadro tan preciso. Si es así, no es responsabilidad de la actriz.
Me entusiasma reencontrar una “Madre Coraje” tan especial en nuestros escenarios. Tiene estilo, el sello personal de su director (sin perder de vista el original) y una apuesta por un clásico contado con voces muy cercanas a nuestro tiempo. Cada detalle en la escenografía es un logro y las imágenes quedan en el recuerdo. El teatro que queremos ver.
“Madre Coraje… y sus hijos”, de Bertolt Brecht. Dirigida por Alberto Isola. Con Teresa Ralli, Jonathan Day, Daniel Neuman, Alejandra Guerra, Bruno Odar, Alfonso Santistevan, Lisette Gutiérrez, Mario Velásquez, Carlos Victoria, Ana Rosa Liendo y Raúl Sánchez. Selección musical de Alberto Isola. Coreografía: Mirella Carbone. Vestuario: Amaro Casanova y Alejandra Posada. Versión: Alberto Isola y Luis Tuesta. Teatro Británico de Miraflores. De jueves a lunes a las 8 p.m. Hasta el 13 de diciembre.