miércoles, 10 de noviembre de 2010

"Medea" de Eurípides


Adaptación de Alfonso Santistevan



Por Alberto Servat

Si bien el trabajo de Gisela Cárdenas como directora de teatro ha sido celebrado en el extranjero incluso con una nominación al Drama Desk, en el Perú no lo conocíamos. Llegó el momento gracias a la iniciativa del CCPUCP y el resultado es “Medea”, adaptación de la obra clásica de Eurípides. Debo aclarar que hago esta introducción sosa y aburrida, arrancada de cualquier nota de prensa escrita por un practicante, porque no quiero parecer un fan entusiasmado. Porque esa es la primera reacción que me ha despertado esta “Medea”, tan contundente en su tragedia como en la fascinación que puede ejercer en un amante incondicional del teatro.

“Medea” es, en principio, un ejercicio teatral de Gisela Cárdenas donde pone en juego las piezas habituales que ya caracteriza su trabajo. Aunque el escenario del Centro Cultural le queda chico por sus dimensiones físicas, se las arregla para ofrecernos un inspirado montaje donde no solamente las palabras cuentan la historia. También la escenografía, los vestidos y el maquillaje, contribuyen en la narrativa. Algo que no muchos directores teatrales entienden ni sienten, dejando todo el peso del desarrollo dramático al libreto. En la apuesta de Cárdenas cada movimiento escénico, cada juego del coro, cada puerta que se abre o cortina que cae, es parte de la historia. Sin ello, no estaría vivo el escenario y difícilmente la historia que cuenta sería lo contundente que es.

De manera que eso es el teatro de Gisela Cárdenas. Un universo de seres, objetos, emociones y palabras en constante movimiento. Si sus personajes hablan del destino, del odio o del amor, de la venganza y de la traición, no son solamente sus discursos quienes nos persuaden de su verdad. Son también los elementos materiales y emocionales que acompañan el montaje.

De allí que no todo el peso y la responsabilidad recaiga en el desempeño sus actores, quienes componen un trabajo conjunto bastante parejo y sobre quienes nos referiremos más adelante. Cárdenas lo que consigue es un teatro de autor. Donde el conjunto del trabajo está en sus manos, incluyendo el texto, que sabe hacer suyo aproximándolo a los espectadores con un lenguaje sencillo y cercano y no por ello infiel al espíritu de su autor. Todo lo contrario.



Pero la fascinación que ejerce esta “Medea” no solamente se encuentra en las virtudes de la puesta en escena. Al acercarla tanto a los espectadores, el discurso es limpio y claro. Cada frase se dice de tal manera que no quedan dudas sobre su intención o significado, incluyendo aquellas frases que ocultan verdades. Entonces los parlamentos no se escuchan momificados como si se tratara de un museo de cera teatral, sino que retumban como verdades. Ya en la introducción, cuando Magali Bolívar habla por teléfono contando las desgracias de su señora, entramos en contacto con esta especial manera de acercarnos al drama.

Ella prefija el camino antes de la aparición de Medea (Sofía Rocha). Y cuando esta lo hace, entonces se desencadena la tragedia no sin antes entablar una discusión sobre las lealtades, la batalla de los sexos, el enfrentamiento entre la naturaleza y la cultura, llamada civilización en el texto. De pronto, Medea es no solo una mujer abandonada. Hay más. Es el matriarcado relegado por un sistema patriarcal que se impone por la fuerza, destruyendo una sociedad previa y condenando a sus sobrevivientes –la mujer como portadora de la ciencia– a la esclavitud. Esa mujer pasará a convertirse en la “bruja” en cualquiera de los sentidos que esta expresión tenga.

¡Cuánta sabiduría hay en Eurípides y qué bien la entiende Cárdenas! No solamente ofrece un espectáculo rico en imágenes y contundente en la trama. Sino que pone sobre el escenario la discusión abierta por el gran trágico griego y nos propone un debate.

Medea en cuerpo y alma

Pero si la puesta en escena es sorprendente, su principal aliada es Sofía Rocha, en el papel estelar. ¡Qué puedo decir tras el primer impacto de verla aparecer en el escenario y pronunciar sus primeras líneas! Es Medea en cuerpo y alma, convirtiendo su parlamento en su propia voz. Persuasiva y directa, tan hechicera como la propia antiheroína griega y capaz de sumirnos en su embrujo. No hay palabra que pronuncie que no sea suya. El discurso es convincente, tanto por la adaptación, como por una pronunciación viva, ajena al conocido acento local que muchas veces entorpece el desarrollo de las obras en nuestro medio. No hay rastro de esos vicios en la actuación de Sofía Rocha. Todo lo contrario. Su dicción nos conduce de la mano a los abismos de la tragedia que relata y su tremenda convicción nos hace cómplices suyos. ¡Cuánto gana una puesta en escena cuando encuentra a su protagonista ideal!



La performance de Sofía Rocha tiene su propia evolución dramática dentro de la obra. Sus actos los define el vestuario, como ancla emocional que nos conduce de una situación a otra, de un estado mental a otro. Su aparición es soberbia, presa de la rabia, casi desnuda, con evidentes muestras de violencia física. Luego asume un tono más calculado, se conduce como una suerte de María Félix, pero transportada del melodrama mexicano a la tragedia griega con absoluta confianza y sin temores. Hacia el final de la obra alcanza dimensiones inesperadas: Medea trama su plan, miente, engaña, hipnotiza y hiere. Entonces la tragedia ha concluido. Durante los aplausos finales, Sofía Rocha no ocupa el centro del escenario, sino más bien uno de los extremos. Pero todos sabemos que todo le pertenece, que ha reinado por derecho propio sobre las tablas.

Los demás actores le dan la réplica de un modo controlado. El coro es exacto en gran parte de sus movimientos, locuaz en sus palabras y sus integrantes ocupan cada uno un espacio dentro de un engranaje muy bien armado.



Para sorpresa nuestra encontramos a César Ritter en el papel de Jason. Se trata de un actor identificado con la televisión y la comedia, pero que se presta a este montaje con determinación. Altera su presencia física en beneficio de la escena, de manera que su Jason resulta desprovisto de los atributos habituales de un héroe. En realidad cuando “Medea” comienza, ya ha quedado atrás el aventurero que iba tras el vellocino de oro. El Jason de la obra es un ser ambicioso, arribista, infiel. Incapaz de doblegarse pero un buen padre después de todo. La apariencia de Ritter lo coloca más bien en el extremo de los villanos de ciencia ficción del cine actual aunque no desprovisto de un atractivo sexual que es necesario para entender a Medea. Ritter cumple en gran parte con su cometido aunque su dicción no siempre es clara y por momentos se siente un tono declamatorio que podría ser menos radiofónico. Aun así se incorpora al todo propuesto por la directora y el resultado es satisfactorio.



“Medea” es un gran espectáculo teatral. Difícil no rendirse a sus poderes de atracción. Pero no es solo eso, depende de la exigencia o sensibilidad del espectador para encontrar mucho más en una puesta en escena tan lograda.

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