Desde hace unos años Francisco Lombardi explora en nuevas formas expresivas. No solamente lo ha demostrado con sus últimas películas -bastante alejadas estilísticamente de los títulos que lo hicieron famoso- sino también en su incursión en el teatro.
En esta nueva faceta, como director teatral, ha abordado diferentes obras del teatro clásico y contemporáneo, desde Chéjov hasta David Auburn, con diversos resultados. El punto en común, en cualquier caso, ha sido un tono desencantado pero no desesperanzado, siempre en control de las emociones pero no por ello inexpresivo. Reflexivo, muchas veces. Las mismas características rigen en “Cosecha”, su sexta puesta en escena.
La sexta obra
“Cosecha”, escrita por David Wright Crawford, forma parte de la llamada High Plains Trilogy. Una trilogía dramática centrada en la vida rural de Texas. Un texto conmovedor e introspectivo sobre Rick Childress, un hombre del campo que no quiere otro destino que el ya trazado por sus ancestros. Un hombre cuyo mayor sueño es permanecer donde nació.
Este apego rige su vida y somos testigos de ello a través de tres momentos claves en su existencia: la ruptura con su primera esposa, el amor de su vida; la aparición de una nueva mujer en el horizonte; y la decisión final que debe tomar, vender sus tierras y pasar al retiro, o permanecer allí hasta el momento de su muerto.
Dramáticamente la obra ofrece un material muy rico porque son muchas las notas emotivas que el texto aborda. Rick, en su aparente sencillez, es tan complejo como cualquier ser humano. Y sus apegos así como sus decisiones no solamente afectan su vida, sino también la de quienes lo rodean. Un aspecto determinante para el impacto que nos ofrece la obra. Y que Wright Crawford presenta con gran acierto en solo tres escenas, tan bien calculadas y dispuestas, que son suficientes para resumir toda una vida. Más que eso, para presentarnos toda una vida.
En estos tres momentos, el autor (bien entenido por Lombardi) ofrece un cuadro muy acabado sobre los aspectos más íntimos de su protagonista. Su relación con las mujeres, por ejemplo. Su tremenda agonía cuando su esposa decide abandonarlo; la invasión física y emocional en la segunda escena al ser abordado por una extraordinaria mujer que es, en realidad, su alma gemela; y, finalmente, su reencuentro con el amor de su vida, ya en la vejez y en el momento determinante del último capítulo de su vida.
A esto debemos sumar las tremendas emociones que la tierra en sí misma provoca en Rick. Su arraigo no es un capricho. Él se siente parte de sus cultivos, de los cambios climáticos, de las herramientas que lo ayudan en su trabajo diario. La literatura americana ha dejado testimonio de esta manera de ser y de pensar desde el siglo XIX y ese pensamiento ha sido reforzado por obras de teatro y películas posteriores. El mundo agrario y la vida rural, ya sea como una celebración o como un pequeño infierno, forma parte ya de un género en sí mismo. Hemigway, Faulkner, Steinbeck, incluso Margaret Mitchell, en la novela. Y, claro, O'Neill y Williams, en el drama, han creado obras inolvidables al respecto. “Cosecha” pertenece a este extraordinario capítulo del arte estadounidense y somos afortunados al descubrirla en este sencillo montaje a cargo de Lombardi.
Los retos del escenario
De entrada Lombardi pone al descubierto cual es su apuesta al abordar el mundo de Rick en “Cosecha”. Un escenario único, contados movimientos escénicos y un tono concentrado que casi no se altera, salvo en momentos de explosión justificados. Hay quienes reprochan la falta de movimiento. Error. La expresión dramática, verdaderamente emocional, no necesita de los actores continuamente caminando, tomando bebidas o fumando, para rellenar la acción. La inmovilidad, incluso la extrema y este no es el caso, también es una apuesta teatral.
El escenario elegido es perfecto. Me imagino que está descrito en la obra impresa. Pero la elección de las tablas, en este caso, propone un acertado espacio donde se desarrollará el drama: el porche (y no “terraza” como dice la traducción).
El porche es, y ha sido, un escenario tradicional en la dramaturgia americana y que hemos visto cientos de veces en westerns y dramas rurales. Para la gente de campo es el escenario que les permite estar en su casa y permanecer al aire libre. Una zona fronteriza que atraviezan para entrar y salir, invadir o fugar. Es también el espacio de recreo en primavera y verano, y el perfecto espacio para atender a las visitas. Y, así sucede en la obra, Rick vivirá estos tres momentos determinantes en su porche.
Me habría gustado una iluminación más dramática, que enfatizara mejor el cambio de hora, al compás de las emociones de los personajes. Pero la infraestructura de una sala como la de la Alianza Francesa al parecer no ofrece muchos recursos. No quiero referirme a la imaginación o capacidad del encargado de la iluminación, porque esto es entrar el terreno de las especulaciones. Lo que no sucede con el vestuario, que poco ayuda a Lombardi en su puesta en escena. La modestia del montaje y la naturaleza de la obra no justifican una elección tan anodina y primaria, que por momentos nos hace pensar que estamos presenciando un ensayo. No hay justificación para un descuido tal.
Un personaje con tres rostros
Para interpretar a Rick, Lombardi ha llamado a tres actores de diversas edades. En progresión cronológica son Diego Lombardi, Javier Echevarría y Gustavo Bueno los encargados de pintar de cuerpo entero a tan complejo personaje. Me temo que el resultado no es lo parejo que debería ser. Principalmente por la incapacidad de los dos primeros en abordar de manera satisfactoria al personaje. Diego Lombardi no logra introducirse más allá de la epidermis de Rick y su trabajo consiste en una serie de expresiones faciales innecesarias. No basta fruncir el ceño para expresar un malestar de algún tipo. Es necesario un control mayor sobre todo el cuerpo, incluyendo las inflexiones de voz, que siempre son una señal de alerta a lo que sucede dentro de un ser humano. Cuando lo vemos mirar el horizonte sabemos que su vista llega solo hasta el final de la sala donde se representa la obra. Un actor debe transmitir una verdad más allá de los articios que el escenario ofrezca. Y allí falla también un mecánico Javier Echevarría, que repite sus diálogos sin importar la emoción, el tiempo o la respuesta de su compañera. Sin contundencia ni aplomo, Echevarría confiere a Rick una dimensión poco elaborada y si en este momento debería ser un decepcionado hombre de gran carácter y poca paciencia, no lo parece. Es más, me da la impresión que desconcentra a Denise Arregui, cuyos intentos por componer un personaje encuentran un obstáculo en su interlocutor. Arregui se estrella contra una pared y solo a fuerza de personalidad escénica nos convence en su personaje.
Felizmente Rick adquiere vida en la tercera escena con un Gustavo Bueno que le da coherencia al personaje. Ahí tenemos a un actor capaz de persuadirnos de que sus recuerdos en escena son reales. Cuya mirada nos conduce hacia un horizonte real y, lo mejor de todo, capaz de darle la réplica oportuna a las actrices con quienes comparte la escena. Sobre todo a una Ana María Jordán que, en su breve participación, se pone en la piel de su personaje. Juntos componen un momento de gran honestidad y ternura.
“Cosecha” es una obra de gran belleza. Lombardi la pone en escena con seguridad y controlada emoción, lo que enfatiza el drama que narra. Nada, ni los desaciertos señalados, rompen esa atmósfera creada y sobre la que se sostiene la obra. Un buen trabajo.
Cosecha (Harvest), de David Wright Crawford. Dirigida por Francisco J. Lombardi. Interpretada por Gustavo Bueno, Ana María Jordán, Javier Echevarría, Denise Arregui, Diego Lombardi, Karina Jordán y Natalia Cárdenas. Teatro de la Alianza Francesa de Miraflores. De jueves a lunes a las 8 de la noche. Hasta el 12 de diciembre.
Entradas a la venta en teleticket de wong y metro y en la boletería del teatro.
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