lunes, 1 de julio de 2013

"El Chico de Oz" de Martin Sherman


Por Alberto Servat

Se acaba “El chico de Oz”, el musical basado en la historia y canciones de Peter Allen, y que se presentó en Lima en el teatro Municipal. Se trata de uno de los proyectos más ambiciosos del teatro peruano y con seguridad el espectáculo más logrado de Preludio, en asociación con Carlos Arana.

En términos de producciones musicales pocas veces hemos visto un nivel de acabado tan logrado en nuestro medio. Los elementos de la coreografía, escenarios, sonido y, principalmente, la iluminación han logrado un balance capaz de crear el marco adecuado para el lucimiento de un show de grandes dimensiones. Y en ese sentido el saldo es muy positivo.

Sin duda, una producción tan esmerada no es sino el resultado de un trabajo paciente, duro y sostenido, de parte de Preludio, con Denisse Dibós a la cabeza. Son muchos años en este oficio y la madurez se ve y se siente, lo que beneficia a la obra elegida.

Donde no encuentro el mismo equilibrio es en la narración de la historia. Porque, aunque es un monólogo a cargo del protagonista, era necesario imprimir un ritmo emocional desde dentro, no dejarlo todo en boca de su narrador. A falta de esta columna vertebral queda una sucesión de números musicales, parlamentos y escenas, que podrían funcionar mejor en una obra como “Chicago”, que finalmente recoge el espíritu del vodevil.

En “El chico de Oz” prima un elemento emotivo que no bastaba que apareciera aislado en dos o tres escenas, sino que era necesario resaltar a través de un tono más íntimo de comienzo a fin. Lo que no desluce ni entorpece la obra, sino que le quita calor. La enfría. En este punto el director Mateo Chiarella pudo exigir más de sus actores. Bajar el tono musical por un momento y enfocarse en el drama más crudo.

Son los elementos musicales los que colman los sentidos en cuanto aparecen. Ahí tenemos, un espectacular desfile de talento y buen trabajo escénico que Chiarella ha sabido aprovechar.

Peter, Judy, Liza y todos los demás

“El chico de Oz” es un espectáculo que le pertenece enteramente al actor elegido para interpretar a su protagonista. De él dependerá la acogida en el público, de él dependerá la atención de la prensa. Por supuesto, ningún intérprete -por famoso que sea- podría sacar adelante un show sin el respaldo de un buen libreto y de una producción perfectamente ensamblada.

Cuando Hugh Jackman estrenó “El chico de Oz” en Broadway se convirtió en el principal motivo para ver el show. Tanto así que el espectador poco informado pensaba que se trataba de una revista musical y no de una biografía musicalizada. Por supuesto, no bastaba solo su nombre para convertir la obra en un éxito de taquilla. Jackman tenía que actuar, cantar y bailar... Y hacerlo todo bien. Y logró su cometido, como lo confirmaron el Tony y el Drama Desk a la Mejor Interpretación Masculina en un Musical en el 2004.

A partir de entonces quedó claro que la obra funcionaba como un espectáculo de lucimiento para su intérprete principal. Y que el material dramático no es precisamente el llamado a convertirse en un clásico. La dramaturgia de Martin Sherman (basado en un argumento original de Nick Enright) está al servicio de esa narración del protagonista, casi un monólogo, donde el resto de personajes le dan la réplica en la medida que este lo necesite.

Dentro de este marco y estos precedentes, Marco Zunino asumió un reto enorme. Y lo hizo con buen humor, entrega y seguridad. Sus condiciones musicales se pusieron de manifiesto incluso más allá de su Billy Flynn, el personaje que interpretó en “Chicago” en Broadway y en Lima. El show es suyo. Lo hace suyo.

Me habría gustado verlo más inmerso en los momentos dramáticos. Pero dadas las exigencias del libreto y el plan escénico, tanto la escena de la declaración de amor como aquel momento en que su amante le confiesa que tiene sida, resultan excesivamente anecdóticas. La primera termina siendo lejana, dada su ubicación en el escenario, y a la segunda le falta calidez y sobre todo intimidad. Queda pendiente en Marco un papel enteramente desarrollado al margen de la música.

Por supuesto son los personajes femeninos quienes sostienen y acompañan al protagonista. La madre, interpretada por una muy cuajada Denisse Dibós, tiene a su cargo la emoción y complicidad. Su interpretación de la canción “Don't Cry Out Loud” es realmente buena porque apoya más el peso en el discurso y en el elemento emocional. Ahí está la clave para emocionar y, sobre todo, comunicar.

Sin duda más riesgos asumen las actrices llamadas a cubrir los roles de Judy Garland y Liza Minnelli. Ambas mujeres jugaron un papel decisivo en la vida de Peter Allen y sus leyendas son inmensas.

Elena Romero tiene el talento suficiente para hacer suyo un papel difícil pero que ha preferido interpretar a su modo. Cuando canta apuesta más por su estilo que por el de una imitación de la verdadera Judy. Y se luce de manera espectacular en el número musical con el que se despide de la obra: “Quiet Please”.

Por su parte, Erika Villalobos tiene que enfrentar un reto mayor. Y lo es porque Liza Minnelli está muy presente en la memoria de quienes disfrutamos de este tipo de teatro. Y Liza Minnelli, al igual que su madre, es una fuerza de la naturaleza. Basta verla en cualquiera de sus presentaciones (youtube es muy útil en este caso) para comprobarlo. Intensa y dramática al cantar, irrepetible al bailar. Villalobos se aleja de la imitación, y esto es algo que debemos de agradecer porque un actor debe buscar su propia identidad, pero el precio a pagar es alto. Su personaje termina siendo débil y eso compromete el desarrollo de la obra. Lo que debemos aplaudir es a una Erika que tiene la valentía suficiente para salir a escena e intepretar un número musical complejo. De acuerdo, no es Liza Minnelli, pero es Erika Villalobos en una muy solvente interpretación.

Repito. No es necesario imitar a Judy y Liza. Lo que hace falta es que ambas intérpretes sean realmente buenas. Más que eso, apabullantes. Porque es necesario entender que Allen estaba rodeado de los mayores talentos de su tiempo. Uno de salida (Garland) y el otro consolidándose (Minnelli).

Siguiendo el camino de “Cabaret” y “Chicago”, “El chico de Oz” deja una valla muy alta. Y esperamos con enorme curiosidad un futuro que promete.

El chico de Oz (The Boy from Oz), de Martin Sherman. Con música y canciones de Peter Allen. Dirigida por Mateo Chiarella. Producida por Preludio y Carlos Arana. Con Marco Zunino, Elena Romero, Erika Villalobos, Denisse Dibós, etc. Teatro Municipal de Lima.

The End

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