por Alberto Servat
La premisa no tiene pierde si se trata de arrancar carcajadas a la audiencia. Un grupo de (excéntricas) personas queda atrapada en un departamento durante un apagón. Y sobre el escenario el efecto visual es totalmente inverso a la realidad: la obra comienza en penumbras y cuando ocurre el cortocircuito se prenden las luces. De manera que el espectador ve todo lo que los personajes no. A partir de entonces somos testigos de una comedia de costumbres, de una farsa que requiere destreza física, de un enfrentamiento coloquial muy inspirado y también de una dosis de drama recubierto de ironía y humor negro. Es “El apagón”, de Peter Shaffer, cuyo título original es “Black Comedy” (“Comedia negra”).
El autor y su entorno
Hacia 1965, Shaffer ya era un dramaturgo de cierto prestigio por una carrera que había llegado a su mejor momento un año antes con “La real cacería del Sol” (“The Royal Hunt of the Sun”), un drama filosófico alrededor del episodio histórico del enfrentamiento de Atahualpa y Pizarro, durante la conquista del Perú. Más adelante su carrera se vería consolidada con “Equus” (1973) y “Amadeus” (1979), que dieron la vuelta al mundo y pasaron al cine con gran éxito.
“El apagón” fue una obra de encargo. En la primavera de 1965, Kenneth Tynan le pidió que escribiera una obra de un acto que pudiera ser representada junto al clásico “Señorita Julia” en el National Theatre. Sin entusiasmo, Shaffer pidió audiencia con Laurence Olivier, director de la compañía, quien no escuchó sus razones. La obra tenía que escribirse... y rápido.
Finalmente el estreno tuvo lugar en el Festival de Teatro de Cichester el 27 de julio de 1965, bajo la dirección de John Dexter, y con un reparto de primera figuras que incluyó a Derek Jacobi, Albert Finney y Maggis Smith. Dos años después se estrenó en Broadway con Michael Crawford, Geraldine Page y Lynn Redgrave, bajo la dirección del mismo Dexter. Desde entonces es una obra que se ha representado cientos de veces alrededor del mundo.
Para un autor del nivel de Shaffer “El apagón” es un mero divertimento. Una comedia disparatada en la que quiso imprimir un sello especial (aunque no del todo logrado). A la anécdota del apagón debía sumarle un elemento capaz de mantener atento al espectador. Y lo consigue en gran medida mientras el protagonista tenga necesidad de mantener atrapados a sus invitados durante el apagón. A ello debía sumar una historia de rivalidad, una infidelidad, dos mujeres enamoradas del mismo hombre y algunos vecinos inoportunos. Hasta aquí el espectro capaz de envolver a la audiencia. Pero tal vez sea por la premura al escribirla o también por el poco interés que tenía en la obra, Shaffer deja cabos sueltos y situaciones no del todo resueltas. Porque una obra debe plantear, incluso si es disparatada, un universo creíble y capaz de mantener con coherencia su postulado. Y “El apagón” es una obra que exige a quienes la ponen en escena que resuelvan esos defectos del libreto.
El reto de Fisher
En Lima le toca a Juan Carlos Fisher resolver los problemas que “El apagón” presenta. Y en su más reciente montaje, en el recuperado teatro Luigi Pirandello, lo logra en gran medida.
En primer lugar porque recoge la premisa sin alterarla, de manera que se sirve del mayor acierto de la obra. A partir de entonces orquesta una coreografía escénica con cuidado y gran conocimiento del escenario. No en vano a Fisher le debemos comedias de enredos con grandes repartos y, sobre todo, uno de los musicales más logrados que hemos visto en nuestro medio: “Hairspray” (2012).
En “El apagón” Fisher coloca a sus personajes como si fueran piezas sobre un tablero y ejecuta los movimientos con seguridad. Por supuesto no se trata de actores elegidos al azar, sino intérpretes con los que trabaja habitualmente.
En una obra como esta, donde se requiere que todos los actores estén cronometrados dando por resultado un trabajo conjunto, sería mezquino decir que uno u otro son mejores o peores. El elenco cumple bien con las exigencias. Y la mejor prueba de ello son los aplausos que reciben al final de cada representación.
Lo que debo celebrar es que Fisher vuelva a recurrir a Wendy Ramos para uno de los papeles. Principalmente porque al ser una actriz tan identificada con un estilo y género actoral (herencia de Pataclaún), la habíamos perdido de vista dentro de un teatro más convencional. En el papel de la señorita Furnival, la vecina solterona y chismosa, no solamente encontramos una gran actuación sino una creación. Lo que es difícil dentro de una comedia que apela a tantas convenciones. Es más, el mismo papel de solterona-chismosa-miedosa es muy convencional, pero Wendy se las arregla para poner su natural talento en ello, logrando salir de la fórmula. ¡Sin duda una actriz de enormes posibilidades!
Sobre el reparto en general añadiré que, como siempre sucede en las comedias disparatadas como “El apagón”, se corre el riesgo de entablar un diálogo con la audiencia que se puede traducir en un impacto de grandes risas inmediatas pero que le resta el sentido a toda la apuesta teatral. Y sucede cuando los actores pierden la línea y el tono por complacer a una audiencia que empieza a desbordarse. Fisher lo tiene claro y marca tiempos y espacios, pero no todo está en su cancha. Un director de teatro, con toda la autoridad que tiene, no es un policía de tránsito y este es un riesgo que lo he visto en muchos teatros.
“El apagón” puede convertirse en la comedia del año. Tiene todos los elementos para ello. Bien por su equipo.
“El apagón” (Black Comedy), de Peter Shaffer. Dirigida por Juan Carlos Fisher, con Rómulo Assereto, Gisela Ponce de León, Wendy Ramos, Magdyel Ugaz, Mario Velásquez y Ricardo Velásquez. De jueves a lunes a las 8.30 pm. Los sábados y domingos a las 7 pm. Teatro Pirandello, Av. Petit Thouars, cuadra 10, Santa Beatriz.
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