lunes, 26 de julio de 2010

La Jaula de las Locas





Por Alberto Servat


Hasta el momento la carrera de Juan Carlos Fisher como director de teatro ha mostrado dos claras facetas: por un lado, la del director comprometido con el teatro contemporáneo, atento a los nuevos autores y especialmente interesado en obras pequeñas con contenidos fuertes; del otro lado, su pasión por el gran espectáculo y los musicales lo ha llevado a emprender retos mayores en cuanto a inversión (y ciertamente también en términos de lucimiento).


Sin duda la primera faceta ha sido hasta el momento la más interesante y satisfactoria. Fisher dejó en claro casi desde su debut su buen manejo de los espacios claustrofóbicos, de las situaciones extremas y de los personajes expuestos a extremos emocionales. Menos balanceados fueron los resultados en los grandes espectáculos, principalmente por las dimensiones de estos que muchas veces exigieron ensamblar repartos muy amplios, no siempre armónicos, con talentos provenientes de diferentes campos cuya química no siempre resultaba adecuada.


Esto no sucede con "La jaula de las locas" (La Cage aux Folles), de Jerry Herman, que es hasta el momento su musical más logrado y que se inscribe también en el espacio más personal de sus creaciones.


Jaula privada


A primera vista "La jaula de las locas" sigue la línea de los musicales frivolones que tanto nos gustan de Broadway. Una anécdota divertida, un coro de baile exigente, estrellas en el reparto y buen humor, sobre todo mucho humor. Eso en apariencia. Fisher es suficientemente inteligente y sensible para encontrar en el texto de Harvey Fiersten (a su vez basado en la obra de Jean Poiret) elementos que lo conectan con un teatro más sentido. Allí está la clave para hacer de este gran montaje un cuadro emocional fluido, íntimo y honesto.


Así, la historia de una pareja mayor de homosexuales, adquiere especial relevancia y deja de lado el entretenimiento superficial para entrar en un terreno más comprometido.


Lo curioso es que ese efecto se deja sentir en todos los espectadores, más allá de sus convicciones o puntos de vista sobre la homosexualidad. Justamente, cuando en Argentina se aprueba la ley a favor del matrimonio gay, "La jaula" sin plantear debate alguno convence a la audiencia sobre la validez del amor más allá del género, también sobre la estructura de la familia sin importar si se tiene dos padres o dos madres. Lo que está en juego, y la obra es totalmente persuasiva al respecto, es la integridad moral del individuo.


Plumas y lentejuelas


El espectáculo que ofrece "La jaula de las locas" es muy completo. Sitka Semsch tiene a su cargo un vestuario que sin ser espectacular es adecuado e imaginativo (las plumas negras, las batas de Albin). La escenografía, bastante adecuada en la mayor parte de la obra, es trabajo de Pablo Flores-Guerra y Manuel Nicolini. Y la orquesta, bien en todo momento, se encuentra bajo la dirección de Jaime Bazán.


Por supuesto es el cuerpo de baile, llamado Las Cagelles, compuesto exclusivamente por hombres, la mayor atracción de la obra. Bajo la coreografía de Raúl Romero, de la compañía D1, los bailarines ofrecen lo mejor de sí en momentos de extrema prueba física, como es el Can-Can. Sin embargo no todos los números son tan convincentes. Sobre todo la presentación de Las Cagelles al comienzo de la obra, con movimientos tímidos, ordenados es verdad, pero que no tienen la audacia necesaria para ese primer impacto que el espectador debe llevarse. Felizmente a medida que avanza la obra el baile se intensifica y obtiene mejores resultados.


Georges, Albin y todos los demás


En cuanto a los talentos individuales, Fisher ha ensamblado con mucha precisión el elenco. En términos generales el trabajo es muy logrado, obteniendo un nivel balanceado que no encontramos en "La gran comedia romana", por ejemplo. Todos cumplen con precisión: Gianella Neyra en su interpretación de Jacqueline es el sueño de mujer de todo gay; Bruno Ascenzo y Gisela Ponce de León ponen frescura y convicción en dos de los personajes más reales del cuento (ojalá todos cantaran como Gisela); incluso en sus breves papeles, Carlos Cano y sobre todo Katia Condos, son especialmente divertidos. En cuanto a Rómulo Assereto como Jacob, el mayordomo, hace una creación propia, desligándose de otras interpretaciones del mismo personaje, manteniendo los clichés es cierto, pero inyectando vigor y personalidad propia.


Pero la obra les pertenece enteramente a Diego Bertie y Carlos Carlín. Ambos dejan mucho más que un buen trabajo en el escenario. Bertie interpreta a Georges, maestro de ceremonias de 'La Cage', y buen padre y esposo de su peculiar familia. Hace tiempo que no encontraba a Diego tan dueño del escenario como en esta ocasión. Se transforma en un showman para convertirse en nuestro anfitrión en el espectáculo y abrirnos las puertas de un mundo diferente. Aplomo, soltura, buen desempeño musical que llega a emocionarnos en la canción del malecón o en "Míralo ahí" (Look Over There).


Carlos Carlín logra otro acierto en su carrera. Pero mientras que en "La gran comedia romana" era el espectáculo en sí mismo, aquí comparte en igual de condiciones el protagonismo del show. Y sabe compartir. Su Albin/Zaza es un personaje difícil por sus características físicas y emocionales. Sin la debida preparación podría resultar la peor caricatura del homosexual travesti. Pero aplicando la carga de los sentimientos que conlleva como ser humano el resultado puede ser muy satisfactorio. Y Carlín lo logra. Musicalmente cumple sin ser cantante y como actor sabe asumir riesgos.


"La jaula de las locas", actualmente en el teatro Peruano-Japonés, es una de las mejores puestas en escena que hemos visto este año. Entretenimiento de comienzo a fin con una buena carga de emoción. Bien por Fisher, por su equipo, y por nuestro teatro.





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