Por Alberto Servat
La Escena del Crimen
En la historia del teatro del siglo XX la dramaturgia
estadounidense ha jugado un rol decisivo. No solamente creando un epicentro de
creatividad y vanguardia en Nueva York, sino reestructurando el drama mismo y
su sentido sobre el escenario. A ello contribuyeron principalmente dramaturgos
como Arthur Miller y Tennessee Williams, y anteriormente a ellos un nombre
único: Eugene O'Neill (1888-1953), autor de “El emperador Jones”, “Anna
Christie”, “The Hairy Ape”, “Extraño interludio”, “A Electra le sienta bien el
luto” y “Largo viaje del día hacia la noche”, entre otros títulos. Cada una de
estas obras reflejaron no solamente una vocación especial para crear historias
sobre las tablas sino también un profundo conocimiento de los seres humanos,
sus frustraciones, necesidades y alegrías. En muchos de estos dramas puso mucho
de sí mismo, de sus parientes y amigos, subrayando un sólido y duro punto de
vista sobre su propia naturaleza.
En el universo de O'Neill los hombres buscan
desesperadamente salir de la marginalidad en la que se encuentran inmersos y
muy pocas veces lo logran. Todo lo contrario, eligen caminos erráticos llevados
por una pasión que los desborda y destruye. Es lo que sucede con los
protagonistas de “Deseo bajo los olmos”.
Obra de grandes dimensiones, “Deseo bajo los olmos” alcanza niveles épicos, llevando a sus
protagonistas por un camino que va de una atracción sexual primaria, casi
animal, hacia la pasión absoluta y destructora. No hay más ilusión una vez
consumado el deseo, solo un inevitable descenso hacia un infierno creado por
sus propias debilidades. Porque a diferencia de sus modelos (los grandes
títulos de la tragedia griega y específicamente “Hipólito”, de Eurípides) el
destino de los protagonistas depende exclusivamente de sí mismos. No se trata
de un castigo de los dioses ni de un juego de las Parcas. El hombre es verdugo
de sí mismo.
En Broadway y
Hollywood
“Deseo bajo los olmos” se representó por primera vez en
Nueva York el 11 de noviembre de 1924. Se trataba de una obra en tres partes,
ambientada en la granja Cabot, en algún lugar de Nueva Inglaterra en la década
de 1850. El primer montaje estuvo a cargo de la compañía The Provincetown
Players, con un reparto encabezado por el gran Walter Huston en el papel de
Ephraim Cabot. Como era de esperarse la obra causó un impacto tremendo pero
Broadway solamente volvió a ponerla en escena en dos oportunidades más, en 1952
y en el 2009. Karl Malden y Brian Dennehy tuvieron la tremenda responsabilidad
de interpretar al patriarca Cabot, respectivamente. Y digo tremenda porque ya
entonces se hablaba de la interpretación original de Walter Huston como
definitiva. Y es que es Ephrain Cabot el centro de gravedad de la obra.
Solamente alcancé a ver a Dennehy en escena y sin duda su interpretación fue la
columna vertebral de un montaje sexualmente sobrecargado. Su interpretación
tocaba todos los matices de la prepotencia, la furia y el poder. Frente a ello
el temor de los amantes resultaba real, reafirmando su animalidad frente a los
artificios de la escenografía. Ese fue el principal acierto del director Robert
Falls al retomar una obra tan importante y difícil a la vez.
Cuando Hollywood decidió adaptar “Deseo bajo los olmos”
en 1958 el viejo código de censura seguía vigente. De manera que todo el asunto
recibió un nuevo tratamiento. Si para entonces hablar de adulterio e incesto
estaba prohibido, el asesinato de un bebé era impensable. De manera que el
argumento se vio fuertemente alterado en beneficio de una historia menos
apasionada y de un romance más convencional al servicio de Sophia Loren y
Anthony Perkins. La elección del veterano Burl Ives para el papel del padre es
probablemente el único acierto de una película que traicionó cada línea del
drama de O'Neill. Y aunque la película pasó al olvido creó un problema porque
alteró seriamente el concepto y la idea sobre Abie, que pasó a llamarse Anna en
el guión de Irwin Shaw.
En la obra original Abie no necesariamente es una mujer
atractiva y mucho menos una seductora. Es simplemente una mujer. La hembra de
la especie. Y se introduce en un mundo de hombres no solamente en constante
celo sino necesitados de afecto. De allí el constante recuerdo de la madre. Sin
embargo, la interpretación de Sophia Loren cambió el destino de Abie/Anna y en
los montajes sucesivos en América y el resto del mundo, se optó casi siempre
por una actriz de gran atractivo sexual.
En el Perú
“Deseo bajo los olmos” se estrenó hace unas semanas en el
teatro del Instituto Cultural Peruano Británico de Miraflores, bajo la
dirección de Marisol Palacios. Se trata de un montaje muy hermético en el que
no solamente se ha reducido la duración del drama sino que se ha compactado la
estructura, eso sin alterar el argumento.
Sin duda la adaptación ha debido plantear muchos retos a
la directora y su equipo. Porque al reducir el texto y saltar las pausas
indicadas en el libreto original, que dividen la obra en actos y los actos en
escenas, se está creando un nuevo ritmo y con ello una nueva aproximación a las
emociones y vivencias de los personajes. Marisol Palacios hace uso de sus
mejores recursos y ni por un momento pone en peligro la veracidad del discurso.
Todo lo contrario. Allí está el drama, o la tragedia, como prefieran etiquetar
a la historia.
Tal vez resulte muy brusco el paso entre los primeros
sentimientos de atracción y el amor real. Como espectador podemos sentir cierta
sorpresa al ver a los amantes verdaderamente enamorados de un momento a otro.
Una evolución más contenida podría haber resultado más apropiada aunque la
decisión siempre es del director.
El reparto camina siempre al filo de la navaja. Alberto
Herrera no tiene la fuerza ni la autoridad que Cabot requiere. Se mantiene casi
a un lado del drama sin aportar demasiado nervio ni convicción. De manera que
hay un desequilibrio entre su presencia y el temor que pudiera causar. Es a
partir de ello que los parlamentos del resto de personajes resultan, muchas
veces, exagerados ante su presencia. Aquí hacía falta una contundente
exhibición de machismo patriarcal. De violencia física y pesadez emocional.
Bastante más entregados a sus personajes se encuentran
Omar García y Tatiana Astengo. Lejos de amilanarse frente a las exigencias del
montaje, ambos consiguen desatar la pasión que la obra sugiera desde el título.
Tatiana Astengo, habitualmente una buena actriz de cine y
televisión, explora en su propia condición de intérprete en un terreno que
había dejado hace un tiempo. Sobre el escenario parece tratar de equilibrar sus
ideas sobre Abie con su propio físico. Es una actriz acostumbrada a expresarse
principalmente a través de primeros planos. De manera que debe asumir el reto
de actuar con todo el cuerpo. Es aquí que una de sus principales virtudes,
expresarse verbalmente con naturalidad, le supone una fuerte prueba. En el
teatro la naturalidad del cine a la hora de hablar no siempre viene al caso.
Pero Tatiana se las arregla para calzar en gran medida y hacer creíble su Abie.
Gran sorpresa nos da Omar García, quien sin ser lo joven
que exige el papel de Eben Cabot, logra convencernos poco después de aparecer
en escena. Su pronunciación es honesta, como la mayor parte de sus emociones.
Desde la simple excitación sexual con la sola idea de visitar el burdel del
pueblo hasta la furia, el miedo y finalmente su desesperado amor que lo ha
llevado a vivir un infierno. Su madurez emocional encuentra un correcto
desarrollo sin parecer impostado o inoportuno. Un gran acierto haberlo elegido para este papel.
“Deseo bajo los olmos” se encuentra entre las apuestas
más valientes de nuestro teatro en los últimos tiempos. Mérito de su directora
y de todo el equipo que ha formado parte de esta producción.
“Deseo bajo los olmos” (Desire Under the Elms), de Eugene
O'Neill. Dirigida por Marisol Palacios, con Alberto Herrera, Tatiana Astengo,
Omar García, Alberick García y Emilram Cossio. Una producción del Teatro
Británico. Va hasta el 20 de mayo. De jueves a lunes a las 20 horas,
en el Teatro Británico, Jr. Bellavista
527, Miraflores.
1 comentario:
Tatiana Astengo no se acerca ni a la "corrección" en ese rol. Completamente exagerada, fuera de tono; además de que el desnudo no se justifica para nada. Terrible puesta en escena, inconsistente, ya hasta daba risa de lo mala que era.
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